Los fenómenos transicionales están presentes a lo largo de
la vida, ya que con cada pérdida que se presenta en ésta, remitirán a la
pérdida fundamental: el paraíso perdido. Así se identifican dos fenómenos en
nuestro trabajo clínico que sirven para que el aparato psíquico conserve la
energía necesaria para reorganizarse. Estos dos fenómenos los definimos como el
sueño transicional y la alucinación transicional, mismos que se explicarán en
el presente trabajo.
Laura Ripesi |
"La possibilité de vivre
Commence dans le regard de l’autre.
-Michel Houellebecq, “Il y a un chemin...”
Commence dans le regard de l’autre.
-Michel Houellebecq, “Il y a un chemin...”
Winnicott describe al fenómeno transicional como aquella
experiencia autoerótica que brinda un espacio de fantasía; una zona intermedia
entre el erotismo oral y la verdadera relación de objeto (Winnicott, 1979). El
balbuceo, la ecolalia o la jerga del bebé se sitúan dentro de esta zona
intermedia de experiencia. De esta manera, el objeto transicional es insertado
en un campo fenomenológico, mientras se le inviste con huellas psíquicas
(sonidos, satisfacción oral, succión, olor) en torno a su aparición, mismas que
ayudarán al infante a mitigar la angustia y crear un espacio transicional para
tolerar la separación del objeto primario.
Antes de proseguir, es importante detenerse en un desvío
etimológico con respecto a la palabra “fenómeno”. Desde sus raíces griegas,
“fenómeno” es considerado como φαιν?μενον (phainomenon), que significa “aquello
que aparece”. De esta misma manera, la palabra proviene del vocablo phainein,
que significa mostrar. El “fenómeno”, desde la tradición fenomenológica hasta
el psicoanálisis, es convertido en “aquello que se muestra o aparece” en una
experiencia. Cabe destacar que la palabra “fantasía” y “fantasma” también
provienen de la misma raíz etimológica: el griego desencadena una serie de
palabras que hacen referencia al phantazein o al φ?νταςμα (phántasma) que
aluden a “eso que se muestra”. Y no lo olvidemos, “fenómeno” tiene un
significado bastante cercano al de imagen (imago).
Los fenómenos transicionales están presentes a lo largo de
la vida, ya que con cada separación que se presenta, estos remitirán al paraíso
perdido. Así identificamos dos fenómenos que le sirven al aparato psíquico a
conservar la energía necesaria con el fin de reorganizarse paulatinamente. En
efecto, el aparato psíquico es un conjunto de sistemas interrelacionados que
mantendrán un nivel de energía constante a través del principio de inercia (o constancia)
para mantener la tensión a lo mínimo posible. Por lo tanto, ante una pérdida
súbita o prolongada éste operará de tal manera que evite el displacer.
Cuando hay una pérdida importante en la vida, no es extraño
encontrarse con relatos de personas que dicen haber soñado con la figura amada
por varias noches seguidas, luego de su fallecimiento o separación. En algunas
ocasiones, los mismos dolientes toman estas imágenes oníricas como mensajes del
“más allá”, como si el fenecido quisiera comunicarse. Desdichadamente, la
producción del sueño no es otra cosa más que una fabricación subjetiva de la
persona en duelo por la pérdida del objeto estimado. En una ocasión, una
paciente me contó que después de que su abuela muriera, soñó con ella por una
semana entera, donde le decía que cuidara de sus padres.
Algunos ejemplos que tomo de la clínica son los siguientes.
Karla se siente abandonada por su pareja, ya que éste no quiere continuar con
la relación, manifestándole que no hay posibilidad de continuar con ella.
Durante las sesiones ella relata que ha soñado con su ex-novio 5 noches
seguidas. El tema de los sueños: ella y su novio se reconcilian. En otro caso,
Josefina me cuenta que después de que una pareja, con la cual sostuvo un
romance bastante intenso, muriera en un accidente automovilístico ella empezó a
soñar con él por varios días. Josefina no dejaba de sentirse culpable ya que
sentía que soñaba cosas trágicas con él, como si los sueños actualizaran la
muerte del compañero. Por último, un paciente llamado Pedro me relata que
después de haberse separado de su mujer estuvo soñando que se encontraba con
ella y que estaban juntos.
Estos fenómenos son comunes en personas que han sufrido la
separación de alguien cercano. Me permito especular que quizá el número de
sueños que tenga la persona, se puede relacionar con la cantidad del monto
afectivo que necesita retirarse del objeto perdido para religarse a otras vías
de facilitación. Ya sea que estas pérdidas sean repentinas o prolongadas, la
sustracción libidinal no es inmediata, solicita de un espacio intermedio, una
zona transicional para hacer estos cambios. Es por ello que designo a aquellos
sueños, constantes y monotemáticos, que ocurren después de una pérdida
importante como el fenómeno del sueño transicional. Me refiero a esto como algo
que aparece súbitamente en la vida psíquica del sujeto, sin embargo, para que
tome efecto, será necesario de un espacio psíquico. No obstante, el fenómeno
transicional y el espacio transicional son necesarios para la creación de dicha
experiencia psíquica.
El sueño transicional es un intento del aparato psíquico por
elaborar la pérdida del objeto. A través de éste se crea un espacio donde el
monto de afecto, que estaba depositado en el objeto, se desplaza a otras vías
de facilitación para regular el nivel de tensión y evitar el displacer. La
sorpresa acontece cuando el sujeto despierta y se percata que el reencuentro
anhelado con el objeto amado, la resucitación del familiar muerto, o la
recuperación del enfermo, no fueron más que un sueño. La función del sueño
transicional es la de permitir equilibrar la energía libidinal en el aparato
psíquico por un espacio temporal, ya que de persistir podría a ser sustituido
por un duelo no resuelto o una depresión. Efectivamente, lo transicional
implica que sea una experiencia temporal y no crónica.
En la literatura psicoanalítica Freud destaca el sueño del
“Niño que se abrasa”. Ahí se revela la preocupación de un padre por su hijo,
que yace muerto en su lecho, de que se queme por el descuido de un anciano que
lo vela. Freud presta atención a lo que el hijo vivo le dice a su padre en el
sueño: “Padre, ¿entonces no ves que me abraso?” (Freud, 1900, p. 504). Sin
embargo, cabe destacar que el sueño, en esencia transicional, significa la
revitalización onírica del hijo. Ante la muerte del hijo, el padre sueña
haberlo recuperado para elaborar lo que conlleva todo sueño transicional: la
representación de la ausencia del objeto.
Ahora bien, sucede que en ocasiones el sueño transicional es
insuficiente para disminuir la tensión o evitar el displacer. Cualquiera que
haya sido la pérdida, los montos de libido que quedan desligados deben
encontrar otras vías de facilitación. Dice Freud:
El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no
existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus
enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia;
universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición
libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa renuencia puede alcanzar
tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del
objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo (Freud, 1917b, p. 242).
En su artículo “Complemento metapsicológico a la doctrina de
los sueños”, Freud (1917a, pp. 228-229) establece la relación entre el deseo
alucinatorio con el sueño y la amentia (confusión alucinatoria aguda) de
Meynert. Por lo tanto, para reconstruir una realidad sin el objeto y
enfrentarse a la pérdida del mismo, el aparato psíquico puede llegar a
alucinarlo. Así como el infante busca en el deseo alucinatorio la satisfacción
real proveniente de un pecho imaginado hasta caer en cuenta que su construcción
no cancela el hambre, lo mismo sucede cuando la pérdida del objeto no logra ser
reelaborada por la palabra o el sueño transicional.
Por otro lado, Freud (1911) describe que el delirio es una
reconstrucción de la realidad. En la alucinación, lo que viene de adentro es
percibido como si viniera de fuera, lo cual comprende el mecanismo de la
proyección. En este caso, cuando la libido que busca religarse a otras
representaciones no encuentra una vía de facilitación, el movimiento del
aparato psíquico, a manera de sueño regresivo, retornará al polo perceptivo y
fijará la representación del objeto perdido en el exterior, como si éste
apareciera súbitamente, aún cuando las circunstancias lo desaprobarían. A este
fenómeno lo llamamos alucinación transicional. No hay que confundir este
concepto con la alucinación hipnagógica, ya que ésta expresa una situación de
tránsito entre el sueño y la vigilia.
Veamos algunos ejemplos. Gabriel menciona que días después
de que su padre muere, recibe noticias de buen agüero. Inmediatamente decide
llamar a su padre al celular para contarle las noticias. Después de varios
segundos de que el celular sonara, no logra entender por qué no contesta el
teléfono hasta que se percata que su padre había muerto la semana anterior. Por
su parte, Nancy, una paciente de 23 años, cuidó mucho de su gatita enferma, a
quien consideraba su mejor amiga. Dormían, veían la televisión, comían y
jugaban juntas. El vínculo afectivo que establecen las personas con una mascota
no debería de sorprendernos pues el objeto es lo más intercambiable. Después de
varias operaciones, Nancy decidió que era mejor anestesiar a su gatita para que
dejara de sufrir. Nancy relató que después de los primeros días, llegaba a su
casa y lo primero que hacía era llamar a su gatita; un día se quedó pasmada al
percatarse que ésta ya no la recibiera. Sin embargo, en estos ejemplos no hay
una clara distinción entre un objeto que “aparece” a manera de alucinación en
lo exterior y un claro extrañamiento de la realidad.
Las alucinaciones transicionales son relatos de la
experiencia de sujetos que aseguran haber visto o escuchado al familiar que
había muerto hace poco o al amante rondar por las calles, tras la separación.
Por ejemplo, Carlos, un paciente de 24 años, me relata que cuando termina su
relación de noviazgo con Gina, un día mientras comía en un restaurante, la vio
pasar. Al ver que su rostro había empalidecido, sus amistades decidieron
preguntarle, a lo cual les comentó haber visto a Gina, indicándoles el lugar
donde la había visto, mismo que estaba vacío. Carlos buscó convencer a sus
amistades pero fracasó en el intento, ya que nadie vio a Gina. Lo único que
apareció fue la representación psíquica que se desprendió al borde de su
retina. Por su parte, otra paciente joven, Paulina, confiesa que cuando su
pareja se fue de viaje por un año para estudiar en el extranjero, ella lo
continuaba viendo por las calles, en la universidad, hasta en el metro, ha
sabiendas de que su pareja ya se había ido desde hacía dos semanas. Relata que
la sensación de verlo a lo lejos era de espanto y tristeza, muy similar al
efecto del unheimlich freudiano: algo familiar que desconocemos.
Parecidos relatos también los encontramos en la literatura
universal. Por ejemplo, en la novela de John Banville, Athena. Morrow, el
narrador, rememora a su amada, la esposa de Morden, con la cual sostuvo un
romance. Tras la inminente separación, Morrow confiesa habérsela encontrado un
día en la calle. Escribe: “Mis poderes de desconocimiento eran prodigiosos.
Recuerdo en una ocasión en particular, cuando fui corriendo en la calle y me acerqué
a tocar un hombro que tenía la certeza de que era de ella, solo para
encontrarme, momentos después, confundido y disculpándome a un hombre de
estatura baja, aspecto militar y bigote” (Banville, 1996, p. 89). Se podría
decir que fue un error de percepción, un lapsus de la vista, pero lo que llama
la atención de los casos citados es el carácter de certeza que tienen los
sujetos al percibir al objeto ante ellos, como si regresaran de la tumba o si
el retorno del viaje se hubiese adelantado. En la representación de Morrow,
éste perjura que el objeto amado regresará, a tal grado que lo alucina
temporalmente.
De esta manera, la alucinación transicional reorganiza el
equilibrio libidinal que gobernaba anteriormente en el aparato psíquico. Habrá
que tomar este fenómeno como un intento del aparato psíquico por recuperar al
objeto perdido y presentárselo al sujeto en su campo perceptivo para
demostrarle su verdadera ausencia. Tanto el sueño transicional como la
alucinación transicional son fenómenos transicionales, ya que de lo contrario,
nos encontraríamos con duelos no resueltos, sueños crónicos no elaborados,
melancolías o alucinaciones de mayor orden. Podemos aseverar que estos
fenómenos son creaciones psíquicas que intentan restablecer la economía
libidinal, y cuya función resaltará la verdadera ausencia del objeto mismo a
través de una manifestación onírica, imaginaria o alucinada.
Según la definición del diccionario de Akhtar, el fenómeno
transicional es definido como: “experiencias psíquicas de índole afectivas y
perceptivas que son, en gran medida, ‘creadas’ subjetivamente, experimentadas y
disfrutadas; no son cuestionadas ni tampoco puestas en duda por su veracidad
material” (Akhtar, 2009, p. 293). A pesar de que el espacio transicional sea el
locus mental donde se origina la actividad imaginaria, hay que dar cuenta que
estos fenómenos deben su ligadura a eventos con una localidad externa al
aparato psíquico.
Para Winnicott, la creatividad primordial consiste en una
zona inmediata de experiencia. Cuando los signos de percepción (Ps), según la
carta 52 de Freud (1896), entran en conflicto con las percepciones que reciben
del exterior, la realidad (es decir, la percepción objetiva) será distinta de
lo que ha quedado como huellas de inscripción. Frente a esta tensión, el bebé
recurrirá a los fenómenos transicionales como defensa ante la frustración.
Escribe Winnicott: “Los fenómenos transicionales representan las primeras
etapas del uso de la ilusión, sin las cuales no tiene sentido para el ser
humano la idea de una relación con un objeto que otros perciben como exterior a
ese ser” (Winnicott, 1979, p. 29). El peligro al que podría incurrir es que la
magia infantil, de permanecer crónica, se parezca más a una alucinación y no
tanto a una creación psíquica transicional.
La creatividad primordial, además de ser una zona intermedia
libre de conflicto, también es el lugar donde la palabra se compone y se
articula con otros significantes. Dicho de otra manera, la creatividad
primordial, como piedra angular de la creación poética, artística o lúdica, es
una extensión del fort da que brindaba al niño la experiencia de júbilo tras la
reaparición del otro ante su ausencia.
La zona intermedia de experiencia, no discutida respecto de
su pertenencia a una realidad interna o exterior (compartida), constituye la
mayor parte de la experiencia del bebé, y se conserva a lo largo de la vida en
las intensas experiencias que corresponden a las artes y la religión, a la vida
imaginativa y a la labor científica creadora (Winnicott, 1979, p. 32).
La palabra surge como un efecto de la creatividad primordial
del infante. Por lo tanto, la labor lingüística no consiste en “alucinar”
signos u objetos a manera del deseo alucinatorio, sino que se inscribe como el
instante cuando la ausencia del objeto construya la representación del mismo.
Es aquí donde habría que problematizar los procesos de subjetividad y dar
cuenta de que las estructuras psíquicas no son edificios impenetrables sino
flujos de movimiento psíquico en constante interdicción entre sistemas, y donde
aparecerán formaciones sintomatológicas en el sujeto a manera de creaciones
psíquicas.
Para concluir, diré que aquello que se representa de manera
imaginaria nunca empatará con la realidad del objeto externo. En algunos casos,
tras la desaparición del objeto será la labor de los fenómenos transicionales
encontrar una palabra o nuevas vías de facilitación para descubrir un artífice
que logre cimentar la experiencia de esta ausencia entendida como una pequeña
muerte y nada más. Sobre el rostro de la ilusión se devela el desamor ante los
infortunios de una realidad objetiva que la frustra. El objeto mítico del deseo
quedará perdido eternamente, ya que perdido estuvo desde el primer momento en
que se le deseó. Como dice Gaston Bachelard: “Ante una llama, cuando uno sueña,
lo percibido se vuelve nada al lado de lo imaginado” (Bachelard, 2002, p. IX).
(1) Ponencia del XX Encuentro Latinoamericano sobre el
pensamiento de Winnicott, 4 y 5 de noviembre 2011 Montevideo.
(2) México.
Psicoanalista; profesor de la Universidad Iberoamericana; doctorado por la
European Graduate School (Suiza); editor de Paradiso editores; compilador del
libro "Schreber: Los archivos de la locura".
metapsychologie@hotmail.com
Bibliografía
Akhtar, S.
(2009). Comprehensive dictionary of psychoanalysis. Londres : Karnac.
Bachelard, G. (2002). La llama de una vela. Caracas : Monte
Ávila.
Banville, J. (1996). Athena. Nueva York : Vintage.
Freud, S. (1896). Carta 52, Obras completas, tomo I, Trad.
J. L. Etcheverry, Argentina : Amorrortu, 1986.
Freud, S. (1900). La interpretación de los sueños, Obras
completas, tomo V, Trad. J. L. Etcheverry, Argentina : Amorrortu, 1986.
Freud, S. (1911). Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un
caso de paranoia descrito autobiográficamente, Obras completas, tomo XII, Trad.
J. L. Etcheverry, Argentina, Amorrortu, 1986.
Freud, S. (1917a). Complemento metapsicológico a la doctrina
de los sueños, Obras completas, tomo XIV, Trad. J. L. Etcheverry, Argentina,
Amorrortu, 1986.
Freud, S. (1917b). Duelo y melancolía, Obras completas, tomo
XIV, Trad. J. L. Etcheverry, Argentina : Amorrortu, 1986.
Winnicott, D. (1979). Realidad y juego. Barcelona : Gedisa.
Retomando el muy interesante artículo de A. Cerda, sobre los fenómenos transicionales en los sueños y en las alucinaciones. El mismo me ha hecho recordar, como los sueños ante una perdida pueden funcionar como posibilitadores para crear las condiciones de un duelo. Es decir generando las condiciones para que el aparato psíquico pueda realizar semejante tramitación.
ResponderEliminarAl respecto recuerdo los sueños de una paciente, a la que hacia poco tiempo su madre habia fallecido luego de un penoso y prolongado enfermar. La paciente habia estado muy cerca de su madre los últimos tiempos, cuidándola.
En los sueños la madre visitaba a la paciente a su casa y la llamaba por el portero electrico. La paciente respondia sorprendida y se generaba un desencuentro entre ellas, ya que la paciente no sabia que hacer con esa visita, sabia que estaba muerta, pero le apenaba el recordarselo a su madre.
La paciente, intentando interpretar y/o racionalizar el sueño le pregunta al analista: lo que pasa es que yo no debo aceptar la muerte de mi madre?. El analista no sabemos porque, pero con la intención de cuestionar la racionalización, le responde: a mi me parece que la que no acepta estar muerta es tu mamá. La paciente le dice al analista que si no lo conociera hace tanto tiempo, pensaría que está loco.
En las sesiones siguientes el sueño vuelve a aparecer reiteradas veces. Se repite pero se va generando una discusión entre la madre y la paciente, que intenta convencerla de que esta muerta y que no la tiene que seguir molestando. Cuando la paciente asocia sobre el sueño dice que le da pena decirle a la madre que no la moleste. El analista le dice que la madre debe notar esa culpa, y que debe explotarla, por eso es que no "entiende" que no debe molestarla.
Los sueños continuan, pero van disminuyendo, al mismo tiempo que la madre va entendiendo que no debe molestar, los sueños se espacian y en unos meses ya no aparecen mas.
Este caso me hizo pensar que algunos sueños pueden ser tratados no solo en términos de realización de deseos infantiles, sinó también que pueden usarse como espacios transicionales para tramitar separaciones dolorosas. Es decir que el objeto haya desaparecido no significa que el sujeto se haya desprendido de el o lo haya soltado, y para hacerlo muchas veces es necesario elaborar toda la ambivalencia que hay en juego en los procesos de duelo. No dejo de ser sorprendente para el analista que se pudiera operar sobre un sueño como si funcionara como un espacio de juego o de dramatización.