Que podamos crear lo que de
todos modos ya está dado a nuestro alrededor, sólidamente establecido y
aparentemente consumado, es el modestísimo modo de construir un mundo personal
y compartido en el que la vida sea digna de ser vivida.
Dependiendo del modo en que cada
madre le “presenta el mundo” a su hijo[1], Winnicott
habla de una temprana experiencia subjetiva según la cual el bebé llega a vivir
la experiencia de “crear lo dado”.
“Crear lo dado” implica una
paradoja y es el resultado de la articulación de –por un lado- cierta
expectativa subjetiva del bebé de encontrar algo en su entorno inmediato que se
corresponda con sus necesidades, y –por el otro lado- el efectivo contacto de
su gesto de exploración con la presencia materna (si es que, como generalmente
sucede, ella está para recibir ese gesto y aportar lo necesario para atender la
inquietud del bebé).
El bebé experimenta de ese modo
una continuidad entre su necesidad y la atención “casi” inmediata de su
inquietud, o por lo menos, la experiencia existencial de una continuidad que no
reconoce ni excesivos sobresaltos ni demasiadas demoras.
Se consolida, progresivamente,
una confianza creciente en la permanencia, previsibilidad y consistencia de un
mundo en el que lo que se necesita saldrá finalmente al encuentro del gesto que
lo evoca. Nada más fascinante y aterrador que estar tan cerca de la magia.
El acento de la confianza que poco
a poco se consolida en el aparato psíquico del bebé no está puesto en que en el
momento oportuno se presentará el objeto exacto que corresponde a determinada
necesidad, sino que ese objeto verdaderamente existe y que se lo encontrará sin demasiadas demoras.
En esa articulación (del encuentro
del gesto con la presencia materna) no hay ni entera decepción ni completa
armonía, no hay ni total desencuentro ni pleno encuentro, sino un punto de
confluencia de dos vectores a partir del cual el sujeto construye un mundo que
se desarrolla a mitad de camino entre lo absolutamente previsible y lo
perturbadoramente desconcertante.
“Lo dado” es el mundo establecido
más allá de lo que el bebé siente como “efectivamente propio y familiar” (que
en un principio se reduce a un vago sentimiento de “mismidad” que deriva de un
estado de integración subjetiva, la construcción de una suerte de “yo soy”
rodeado de un vastísimo territorio desconocido y ajeno, lo “no-yo”).
En un principio, lo “no-yo”, lo
dado, es todo el universo cultural que antecede la experiencia subjetiva y que
“espera” al gesto que lo encuentre y que lo cree, se trata de la teta en tanto
encarna un orden cultural que se presenta según una medida y un ritmo que
difiere del orden y el ritmo estrictamente fisiológico (no hay nada de natural
en una teta que se presenta, por ejemplo, cada tres horas –según lo indicó el
pediatra o una vecina experimentada-).
El “crear” parte de un gesto
espontáneo (el propio ritmo vital, la singular modulación de la propia
subjetividad haciéndose presente en el mundo), que –en su azaroso encuentro con
la realidad- establece en el bebé lo que podemos llamar un fenómeno subjetivo (de
que “algo está allí, y de que seguirá estando cuando lo necesite”). Ese
fenómeno subjetivo es una expectativa no necesariamente articulada en una “representación”
que luego el sujeto pudiera comparar con su correspondiente “objetivo”. Como ya dijimos, es simplemente una
predisposición confiada del bebé de que el gesto encontrará algo que se
corresponde con sus necesidades.
Ese algo esperado vale por un
“estar allí”, al alcance del gesto, y que puede diferir en diverso grado de lo
esperado, pero lo importante es que no deja nunca de estar allí “a la espera
del gesto que lo descubra”. En todo caso
“crear lo dado” es la expresión de dos cosas que toman contacto. Sólo a partir
de las inevitables fallas o desajustes en ese encuentro el ser humano conjetura
un objeto que -escapando a la propia expectativa- se presume como un “objeto
objetivo”, definido en sí mismo y a salvo de toda distorsión subjetiva…
Tal cosa no existe, solo es real
y adquiere valor simbólico lo que -aún dado- es creado por el propio sujeto.
Pero, puede que el gesto no encuentre nada asimilable a su expectativa, o que
la realidad desborde toda disposición subjetiva, o que la realidad se presente
demasiado prematuramente, con absoluta impreparación del sujeto, sin “fenómeno
subjetivo” que lo reciba y articule.
La patología supone, entonces,
dos posibilidades, que el sujeto deba someterse a lo dado (sin un “crear”), y
se adapte dócilmente a lo establecido, o que se desconozca lo dado en beneficio
de un puro crear, lo que si no da como resultado la genialidad del artista
ofrece la desgracia y el sufrimiento de la locura (sabemos que estas dos
alternativas no siempre se excluyen).
“Crear lo dado” es aceptar lo establecido
pero operando una “transformación” según las propias necesidades, es decir,
personalizando ese marco “convencional” que regula los intercambios de manera
general.
Finalmente, que podamos crear lo que de todos modos ya está dado
a nuestro alrededor, establecido y consumado, es el modestísimo modo de
construir un mundo personal y compartido en el que la vida sea digna de ser
vivida.
[1]
La expresión es de Winnicott quien dice que la madre presenta al bebé el mundo
“en pequeñas dosis”.
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