Este
trabajo relata la experiencia sobre un dispositivo (llamado dispositivo
transicional de elaboración clínica) que venimos desarrollando desde hace
varios años en diversos contextos y ámbitos institucionales.
Una
primera aproximación a la idea de un dispositivo transicional es el pensarlo
construido situacionalmente. Toma en cuenta el contexto, lo que le ocurre a los
que participan, tratando de tener en cuenta la mayor cantidad de fuerzas en
juego posibles. Es por esto que la
institución en que se desarrolla cada vez le imprime un sesgo distinto.
Partimos
de la idea de jugar de Winnicott en su relación con la práctica psicoanalítica
en diversas instituciones.
Nos
preguntamos: ¿cuáles son los obstáculos que como adultos y analistas tenemos,
que excluyen al jugar de nuestra experiencia clínica? Este dispositivo busca
brindar un soporte para explorar esta pregunta.
Este
trabajo intenta relatar la experiencia sobre un Dispositivo Transicional de
Elaboración Clínica que venimos desarrollando con colegas desde hace varios años
y que hemos realizado en diversos contextos y ámbitos institucionales.
Nos surgen desde los comienzos los
interrogantes que se plantea D. Vega en
“Qué estamos haciendo y cómo?”, en cuanto a experimentar incomodidad por una
posición profesional disciplinaria que por momentos es más lo que limita que lo
que posibilita.
Una primera aproximación a la idea
de un dispositivo transicional es el pensarlo construido situacionalmente. Esto
quiere decir que toma en cuenta el contexto, lo que le ocurre a los que
participan, tratando de tener en cuenta la mayor cantidad de fuerzas en juego
posibles. Es por esto que la institución
en que se desarrolla cada vez le imprime un sesgo distinto. Una segunda
característica es que se intenta que lo
que guíe su práctica esté dentro de lo que Winnicott entiende como
"jugar": un pensar/hacer que busca el restablecimiento de la
continuidad somato psíquica -por lo que no se inhibe el movimiento, de ahí la
importancia de la posibilidad de dramatizar los conflictos que podemos ir
pensando y construyendo- que es lo contrario de la disociación con respecto a los
afectos, a lo corporal, a lo grupal que no masifica. De ahí como decíamos, que
su práctica esté muy tomada por lo que les ocurre a los participantes en ese lugar de esa institución donde esa
vez se lleva a cabo, tomando en cuenta la historia de la misma.
Contaremos algunos aspectos
importantes que están en la base de su desarrollo:
A)
Partimos de una investigación desarrollada hace más de diez años sobre lo
transicional en el hospital público donde observamos que los pacientes hacen un
uso de la institución, en el sentido en que lo plantea Winnicott: la
posibilidad de "apropiarse" de aquello que se hace, de hacer una
experiencia subjetivante de ello y no un acatamiento a ideales no metabolizados
que nos dirijan sin nuestra participación. Ese uso se distancia de cómo la
institución es pensada por los profesionales y por las normas establecidas.
Los pacientes vienen antes de sus sesiones, se
van después, hablan con otros terapeutas que con los propios, van al bar, al
jardín, vienen días que no son citados, etc. Esto puede verificarse en casi
cualquier hospital público que incluya Salud Mental.
Allí nos preguntamos si los
pacientes están transgrediendo las normas o consideramos que esto que sucede
espontáneamente, y en la medida en que no se lo imposibilita, posee algún
valor, algún sentido y debiera ser tenido en cuenta como otra forma de
tratamiento que ciertos pacientes se dan a sí mismos. Creemos que esta forma
tiene un carácter transicional ya que ésta dimensión es caracterizada por
Winnicott como aquel espacio y/o tiempo que posibilita el uso por parte del
sujeto, es decir que le permite el pasaje de una posición de pasividad a una de
actividad donde él mismo “crea” lo que encuentra.
B) A partir de esta observación
pudimos realizar otra, esta vez del lado de los profesionales.
En un taller de problemas
transferenciales, donde autogestivamente los terapeutas llevábamos problemas
clínicos, comenzamos a advertir que había muchas de éstas situaciones que
hacían padecer a los analistas, estos padecimientos a veces eran puramente
emocionales y otras incidían directamente en el cuerpo. También advertimos que
estos problemas eran llevados a los propios análisis y/o a las supervisiones
clásicas pero no se terminaban de resolver.
Cuando un analista traía este
material al grupo no lo contaba como un problema psicopatológico con sus
consecuentes dudas técnicas, sino que se advertía lo involucrado, lo afectado
que estaba y veíamos cómo en su relato había una especie de dramatización
espontánea. No sólo relataba verbalmente lo ocurrido, sino que lo actuaba
mostrando claramente lo que le producía la situación, imitando algo del
semblante del paciente, de las formas que adoptaba su cuerpo.
Algo similar sucede cuando los
analistas no suelen hablar de esta manera en los lugares oficiales,
supervisiones y/o ateneos y sí lo hacen con esta afectación y con este
compromiso en los pasillos o en el bar cuando se encuentran con un colega con
el que se sienten en confianza. Es decir, en los intersticios institucionales, donde notamos que
aparece y se manifiesta con libertad cierto malestar sin formas
preestablecidas, sin formalismos ni formalidades. Muchas veces no se suele contar con
espacios donde trabajar el modo en que uno o un grupo de trabajo es afectado
por las distintas facetas de la práctica clínica en una institución.
A partir de esto hipotetizamos que
los terapeutas comenzamos a padecer cuando sostenemos transferencias
imaginarias, salvajes, no operativas al decir de Freud, no simbólicas. Estas
transferencias propias de los fenómenos llamados de borde o fronterizos que
aparecen tanto en las neurosis como en la psicosis y están conectadas con
detenimientos en los fenómenos transicionales constitutivos (interrupciones de
la mencionada continuidad somato psíquica que implica funcionamientos
disociados y por lo tanto, altamente defensivos).
Asimismo advertimos que la práctica
clínica está atravesada por múltiples transferencias, institucionales, de
trabajo, de los pares, y del psicoanálisis como institución. Soportar todas estas transferencias, se convierte en un
problema permanente para los trabajadores de la salud mental, en la misma medida que para los
pacientes.
Pensamos
entonces, el valor que podría tener para los terapeutas el uso de los bordes
intersticiales, como modo espontáneo que intenta elaborar los avatares de la
práctica clínica. En cómo la no posibilidad de habitar los espacios
institucionales haciendo un uso singular produciría fenómenos de
des-subjetivación en los terapeutas, bajo modos defensivos de elaboración del
malestar. La solemnidad, la infatuación, la
impostura, la normatividad, son modos egosintónicos de padecimiento, modos de
respuesta defensivos ante eso que nos molesta.
En ese sentido y a partir del uso que podemos hacer de los
tiempos y espacios mencionados, podríamos pensarlos como transicionales es
decir que nos permitan realizar una transición del padecimiento a la creación.
Y es esta transicionalidad el modo en cómo pensamos se introduce el jugar en la
institución.
El
campo de experiencia del jugar, crea una realidad que no existe en otro lugar,
una zona potencial que consideramos podría aparecer bajo diversas modalidades, también
como una cualidad del estar que renueva la posibilidad de hacer uso y que
mantiene un proceso en movimiento habilitando así la creación de nuevos usos
posibles.
A partir de
esto nos planteamos el pensar-crear espacios-ambientes que posibiliten el uso y
los hemos designado como dispositivos transicionales.
C) Winnicott concibe el análisis como una superposición de zonas de
juego, la del paciente y la del terapeuta y plantea que cuando una persona no
puede jugar, el terapeuta tiene que ocuparse de generar las condiciones para
que esto suceda. Por otra parte, otro analista argentino J. Valeros plantea que cuando el paciente no puede
jugar, proyecta sobre el analista una transferencia desanudada que es la que
genera este padecimiento en el terapeuta. Dice que será tarea y responsabilidad
del analista, elaborar las tensiones y las emociones que obstaculizan el jugar.
Es decir que se advierte que es una zona de detenimiento de los fenómenos
transicionales.
D)
Concebimos dispositivos transicionales, dispositivos que centran la elaboración
en el uso y en el jugar. Entre ellos éste de elaboración clínica implica un
espacio de exploración, de investigación que posibilite el pensar jugando. Y en
esto señalamos que el jugar es un hacer, no es solo pensar, tampoco es un
actuar solo en el sentido de acción, el jugar implica una integración psico
somática, en tanto el pensar aislado, como el actuar aislado son producciones
disociadas. D. Vega dice que el dejarse
atravesar por las complejidades y ambiguedades es lo que promueve un proceso de
producción de subjetividad. Esta afirmación no debe engañarnos por la sencillez
de su formulación, requiere de un tremendo esfuerzo para ser producida, para
lograr aceptar dentro nuestro semejante complejidad sin rechazarla y moldearla
con formas pre-hechas, pasando precipitadamente a la acción.
Consideramos que el jugar modifica no solo la
situación clínica, sino cómo el analista concibe la clínica, el planteo del
problema y su rol.
Propiciamos en este dispositivo la
construcción de un relato que ponga de manifiesto cuáles son las condiciones en
que se produce el detenimiento del jugar, de nuestra práctica, ese detenimiento
que muchas veces se manifiesta en que el objetivo de nuestro trabajo se ve
imposibilitado o empieza a llevarse a cabo de un modo automático y
estandarizado, es decir, pierde toda creatividad y satisfacción, lo que se
suele manifestar con mucho malestar, aburrimiento. Esa paralización se
transforma en un padecer, es decir en un no jugar.
En este punto es que a veces proponemos
entre los participantes un juego dramático, para tener la oportunidad de
experimentar cómo se produce ese detenimiento y cómo podría ser explorado y
vivenciado, buscando que cada participante pueda registrar qué le va ocurriendo
que va pensando como lo que se va sintiendo.
Este jugar que incluye el relato y la posible dramatización,
así como los momentos de conversaciones posteriores implica una trama narrativa
que devela en sus detenimiento las zonas de no juego, de fluir detenido, y es
el encontrarse con ese no jugar y su reconocimiento lo que resulta elaborativo
y propicia las condiciones para un nuevo juego.
Es decir, genera condiciones para que lo transferido al analista y al
juego se reconozca.
Se va produciendo un pasaje del padecer, de un no jugar, a un jugar entre
nosotros y es allí donde surgen elementos que ponen en movimiento lo que era
solo repetición y parálisis.
Se nos hacen presentes diferentes
momentos y sorpresas que hemos experienciado en el desarrollo de este
dispositivo en distintos ámbitos institucionales y diversos grupos de trabajo.
Una colega trae la dificultad de no
saber qué hacer con una paciente, una mujer joven que recientemente había
enviudado. La terapeuta se plantea cuáles serían las condiciones para la iniciación
de un proceso de duelo, ya que este se ve completamente obstaculizado. Al
pensar conjuntamente en los motivos de esto, se nos hace evidente que el
marido, a pesar de su reciente fallecimiento, está excesivamente "vivo",
presente, al punto que no puede ser recordado porque nunca se ha ido.
La viuda constituye en el análisis
un “monumento” que deja intocada e intocable la figura de quien aunque ya no
está, no deja de estar ni un instante. Ella está destruida por una parte, pero
por la otra continúa con su vida como si nada hubiera pasado y como si él la
siguiera acompañando como antes. Se había generado cierto “tironeo” en el
intento por parte de la analista de comenzar a cuestionar dicho “monumento”,
como modo de iniciar un trabajo de duelo frente a la escasa posibilidad de la
paciente para confrontarse con una pérdida. Tironeo que operaba como obstáculo
transferencial, convirtiéndose en un padecimiento que soportaba la analista.
Este es el cuadro de situación que se
va armando en el dispositivo y en el que se evidencia claramente cómo la
presencia de una ausencia obstaculiza el desarrollo de un jugar. Es justamente
uno de los objetivos del jugar el poner de manifiesto aquello que no se ve,
pero que está presente de tal modo, que impide toda modificación de la
situación hasta que ese elemento no logre ser reconocido, visualizado.
Jugar es crear una realidad que no
existe de ese modo. Resalta aquello que por estar presente de un modo sutil y a
la vez extendido e infiltrado en toda la situación, no se ve.
Es por eso que proponemos traer al
muerto al dispositivo, y para concretarlo, proponemos que la analista realice
una entrevista de pareja con la paciente y su marido, prestándose a escenificar
estos dos últimos roles otros participantes del grupo. Es propio del terreno
del jugar, que estas paradojas puedan ocurrir, un hacer ficcional que admite
cierta indiferenciación según el material transferido lo requiera. El
despliegue será así potencial y a crear en el juego cada vez.
Fue sorprendente para los que
participamos no solo constatar la presencia del cónyuge muerto sino que éste,
ni siquiera sabía para qué se lo había convocado a la entrevista y mucho menos
que ya no se encontrara entre los vivos (el compañero que interpretó al marido,
luego comentaba sorprendido cómo no había pensado en interpretarlo de ese modo,
sino que le salió así naturalmente desde lo que sentía desde el personaje, que
era un fuerte rechazo a cualquier cosa que negara su estar vivo). La
transferencia se presenta con toda su fuerza cuando jugamos.
En otro caso, en un ámbito
institucional, se plantea la dificultad que trae una adolescente que se escapa
de la casa, roba, se pone en peligro, acompañada por una madre que la toma como
objeto para hacer escándalos.
La joven a la que llamaremos
Libertad insiste en que quiere tener el celular de su terapeuta dadas las
inminentes vacaciones de la última, pero la profesional intenta explicarle que
las reglas del hospital indican que si ella se quiere comunicar de manera
urgente, lo haga a través de la guardia. Libertad no deja de insistir, al punto
que al no obtenerlo, desaparece durante las vacaciones de la terapeuta,
situación que la madre utiliza para ampliar sus reclamos masivos, sin que se la
note tan preocupada por la hija como por el aprovechar la situación que se le
presenta.
Todo el equipo en ese momento
manifestó preocupación por lo que pudiese sucederle a la joven y por el respeto a las
normas institucionales.
Es interesante la insistencia de
Libertad en "conectarse" con su terapeuta y cómo las normas
institucionales que buscan "preservar" tanto a los pacientes cómo a
los profesionales pueden funcionar como un obstáculo a esa conexión.
Cuando jugamos la compleja situación
nos parece adecuado el incluir a la madre de Libertad que es interpretada por
una compañera como una voz "enloquecedora" que le habla al oído a la
terapeuta advirtiéndole y amenazándola durante las entrevistas con la paciente,
donde se visualiza claramente cómo resulta imposible escuchar a Libertad,
conectarse con lo que le ocurre en este maremoto de amenazas y promesas de
castigo. La terapeuta la soporta con enorme fastidio hasta que en un momento no
la aguanta más y detiene la escena diciendo que no le es posible trabajar así.
Otro elemento sorprendente que surge
del jugar es cómo se manifiesta la enorme preocupación de varios profesionales
del equipo ante la desaparición de Libertad y el temor de que hubiera sido
secuestrada como afirmaba su mamá, que hace a los profesionales y a los medios.
Esta versión cobra consistencia en el hospital aunque no puede integrarse con
el hecho de que Libertad retoma su tratamiento en el dia y hora acordado con su
terapeuta. Nos asombra que los secuestradores resulten tan respetuosos del
encuadre analítico.
Un
dispositivo así requiere de un especial cuidado para poder generar un clima de
confianza, donde los participantes se sientan Donde quede claro que todos nos
encontramos con dificultades similares en nuestro quehacer cotidiano, y que
trabajarlas en conjunto en lugar de vivirlas con vergüenza nos permite crecer
como profesionales, como grupo de trabajo, como institución.
Lo que queremos decir en relacion al
jugar, es que ha sido descuidado, como lo afirma Winnicott, y retoma localmente
R. Rodulfo. El jugar fue percibido por el psicoanálisis pero no le brindó la
suficiente atención, ha sido técnicamente manipulado pero, teóricamente
desconsiderado.
Es absolutamente novedoso,
conceptualizar al jugar como un movimiento originario, que no deriva de la
pulsión. Jugar es el acontecimiento que funda la actividad subjetiva, no
necesita del soporte de la significación, no es una práctica reactiva producto
de la frustración, ni está originariamente conectado con la angustia. El jugar
está conectado con una alegría violenta, no tiende a la restitución de un
estado anterior. Produce diferencias a través de la repetición. Más que una
experiencia de placer, el jugar conlleva el placer de tener una experiencia aún
cuando sea mala.
Nos preguntamos para finalizar ¿cuáles
son los obstáculos que como adultos y analistas tenemos que excluyen al jugar
de nuestra experiencia clínica? Este dispositivo busca brindar un soporte para
explorar esta pregunta.
Referencias Bibliográficas
1)
Daniel Vega, Capturas, transformaciones e incertidumbres
3)
Donald Winnicott “Exploraciones Psicoanalíticas 1. “Sobre el Uso de un objeto”
4) José Valeros “El jugar del analista”
Introducción.
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