http://www.apa.org.ar/premios/premio-anual-miguel-angel-rubinstein/
La
pregunta que nos interesa desarrollar y que titula este trabajo, parte de la
hipótesis de que hay razones para que exista esa deuda, que no es solo producto
del azar. Winnicott en distintos artículos menciona diferentes motivos que dan
cuenta de las poderosas razones que obstaculizan el jugar.
Esto
nos ha llevado a pensar algo de lo que el psicoanálisis con niños pone de
manifiesto[i].
Nos surgen cuestiones que creemos tienen una importancia que aún no se ha
evidenciado lo suficiente, como que el psicoanálisis con niños actualiza las
dificultades en relación al jugar. Se trata de un jugar que no es aquel en
versión edulcorada que se difunde masivamente en nuestra cultura. Supone la
necesidad de recepcionar lo que Winnicott llama "destructividad
primaria"[ii]
que está en la base de los comienzos de la creatividad, del jugar y de la
subjetivación. La destructividad primaria es una forma de amor indolente o
negligente donde el niño se dirige a la madre de una manera completamente
desconsiderada, despiadada y es la capacidad de la madre para recepcionar esto,
reconociendo que hay algo que la afecta de esa demanda exagerada, lo que le
posibilitará no reaccionar. Reaccionar sería un modo de rechazo a dicha
destructividad. Hay dos modos principales de este rechazo:
- La
reacción o retaliación que implica una respuesta agresiva por parte del adulto.
Aquí hay algo que se le ha vuelto insoportable.
- El
rechazo desde la complicidad, plegándose pasivamente a lo que el adulto supone
es la propuesta del niño, sin ningún modo de oposición.
Son dos modos de dejar al niño
aislado con esas intensidades que no puede manejar y suponen haber percibido su
destructividad como algo hecho con maldad o mala voluntad.
Al comienzo de la vida, la agresión
es para Winnicott "parte de la expresión primitiva del amor, tiene una
cualidad destructiva y se da en una etapa previa a la piedad"[iii]
En vez de un pecado original existe
una virtuosa crueldad original. A esta etapa de destructividad primaria, le
sigue la de experimentar inquietud y preocupación, que también depende de la
capacidad del otro para sobrevivir al momento pulsional y estar allí para
recibir y comprender el gesto reparador. Solo allí el niño puede aceptar su
responsabilidad en la fantasía que deriva de la pulsión, que antes era
despiadada, y allí la crueldad puede dar paso a la compasión.[iv]
Por otra parte "los impulsos
agresivos no brindan ninguna experiencia satisfactoria a menos que exista
oposición"[v].
El niño necesita un objeto externo y no solo un objeto satisfactorio. Responder
al gesto espontáneo implica identificación pero no complicidad.
Llevado esto al campo de la práctica
analítica, y advirtiendo Winnicott los fuertes efectos subjetivantes que este
jugar facilita, es que plantea la deuda que el psicoanálisis tiene con esa cosa
tan aparentemente simple que es el jugar. Los
niños que son traídos a consulta, ya sea como síntoma de sus otros primordiales
y/o por su propio padecimiento, en algún sentido no pueden jugar.
Esto que parece constituir una
cuestión elemental del psicoanálisis con niños es interesante en relación al
psicoanálisis con adultos, pues estos como suelen venir solos o por sus propios
medios y como por lo general suelen hablar, pueden confundirnos con mayor
facilidad, en cuanto que parecen tener menos dificultades para analizarse. Sin
embargo el hecho de que hablen, no es necesariamente indicador de que digan
algo, que asocien libremente o que tengan disposición a implicarse en su decir.
Esto es lo que puede llevar a un estado de connivencia en donde todo funciona
como si fuese un análisis pero sin serlo.
En el análisis con niños en cambio,
esa relación de connivencia es mucho más difícil. Llevar al niño al terreno del
jugar no siempre es tarea fácil y sostener su desarrollo, suele ser casi
siempre un trabajo pesado para el analista.
Winnicott concibe el análisis como
una superposición de zonas de juego, la del paciente y la del analista. José
Valeros[vi],
analista de niños argentino, plantea que el pasaje de una situación de no juego
a una situación de jugar, depende de la capacidad del analista de elaborar las
tensiones que esta modalidad transferencial proyecta sobre él. Otro analista de
niños argentino, Jorge Fukelman[vii],
desde una perspectiva teórica diferente, arriba sin embargo a conclusiones
semejantes. Plantea que la capacidad de invención que puede tener un analista
para introducir la dimensión del jugar donde todavía no existe, depende que
dicha dimensión ésta se construya a través de las dificultades que el analista
experimenta en la transferencia. Subraya que
es por estar ligada a dichas dificultades, que la invención podría funcionar
como puente, como función transitiva y de allí se desprende su eficacia.
Todo esto no es ni fácilmente
reconocido ni admitido por los analistas, e implica todo un problema, ya que no
hay forma de recepcionar esa “destructividad primaria” sin quedar afectados.
Esto supone que tendremos sensaciones y emociones que no queremos tener y el
problema de qué hacer con esa afección, de cómo elaborarla sin reaccionar.
Reacción, en el sentido de modos de no recepción o de rechazo de la afección que
implica la destructividad, que puede estar manifestada tanto en un hacer como en
un no hacer, en un decir como en un no decir. Lo que afecta es que no es
eludible la dimensión corporal, tanto para el analista como para el otro
primordial. La destructividad siempre se dirige al cuerpo.
Esto nos permite preguntarnos: ¿en
qué medida está incluido el jugar como parte de nuestra formación?, ya que no
aparece explícitamente ni en la universidad ni en las instituciones de
formación psicoanalítica.
Se nos permite jugar dentro del consultorio y
con niños. No afuera. Se juega en los jardines y en la escuela primaria porque
los niños juegan y es a partir de eso que los adultos pueden sentirse
habilitados para hacerlo. Se juega en algunos hospitales por algo semejante. No
existe dentro del psicoanálisis y para la formación de analistas, dispositivos
que ubiquen al jugar como tarea central. Se permite que el paciente se mueva,
juegue, pero todavía no tanto al analista.
Consideramos
que el jugar no es algo sencillo y espontáneo por el solo hecho de haber sido
niños. Jugar es difícil, el estado
psicosomático del jugar es complejo, y no está del todo bien considerado
socialmente. El jugar implica un estado de integración psicosomática, y la
práctica del psicoanálisis se encuentra fuertemente marcada por la relación que
estableció Freud entre el ideal de elaboración psíquica y la suspensión del
polo motor. En este sentido el par asociación libre-atención flotante supone en
muchos casos, un cierto nivel de disociación y es en ese sentido diferente a la
superposición de zonas de juego mencionada por Winnicott, que lo incluyen pero
resulta en un campo clínico más amplio.
Cuando en 1967, Winnicott presenta en la Asociación Americana de Psicoanalisis de N. York su artículo sobre "El uso de un objeto..." recibe una gélida recepción y sufre una crisis cardíaca. Concluye que los psicoanalistas norteamericanos no se sienten a gusto con el hecho de ser "usados" por sus pacientes.
Si relacionamos esta aversión a ser usado con lo que Winnicott afirma en "El odio en la contratransferencia" en cuanto que el odio, es decir la posibilidad misma de odiar por ser afectados se encuentra originalmente en el adulto o en el analista y no el bebé ni en el paciente.
La deuda que tenemos con el jugar se sustenta en el rechazo a ser afectados, a reconocer el malestar que nos produce esa afección y en el trabajo que implica su elaboración para estar en condiciones de ser usado, es decir de jugar. Los trabajadores del campo de la salud estamos acostumbrados a disociarnos, por una parte para ser operativos y por la otra para evitar ser afectados por el sufrimiento del otro.
El jugar nos precipita a una interacción no disociada que nos afecta y que al mismo tiempo nos transforma. Es esta transformación la que nos aterroriza. Es el terror de entrar en conexión con los otros desdibujando nuestras propias fronteras existenciales.
Cuando en 1967, Winnicott presenta en la Asociación Americana de Psicoanalisis de N. York su artículo sobre "El uso de un objeto..." recibe una gélida recepción y sufre una crisis cardíaca. Concluye que los psicoanalistas norteamericanos no se sienten a gusto con el hecho de ser "usados" por sus pacientes.
Si relacionamos esta aversión a ser usado con lo que Winnicott afirma en "El odio en la contratransferencia" en cuanto que el odio, es decir la posibilidad misma de odiar por ser afectados se encuentra originalmente en el adulto o en el analista y no el bebé ni en el paciente.
La deuda que tenemos con el jugar se sustenta en el rechazo a ser afectados, a reconocer el malestar que nos produce esa afección y en el trabajo que implica su elaboración para estar en condiciones de ser usado, es decir de jugar. Los trabajadores del campo de la salud estamos acostumbrados a disociarnos, por una parte para ser operativos y por la otra para evitar ser afectados por el sufrimiento del otro.
El jugar nos precipita a una interacción no disociada que nos afecta y que al mismo tiempo nos transforma. Es esta transformación la que nos aterroriza. Es el terror de entrar en conexión con los otros desdibujando nuestras propias fronteras existenciales.
Nos preguntamos, ¿cuál
será el destino del jugar en los adultos? Winnicott afirma que la cultura es
heredera del jugar y puede constituir una zona de fenómenos transicionales. Sin
embargo la creatividad en la adultez suele presentarse de un modo más disociado
que en la infancia. Si el jugar es un "hacer" que no es ni solo
pensar, ni solo actuar, esa integración psicosomática constituye un obstáculo
para los adultos. Quizás el peso de la mirada del otro y la necesidad de
sostener una imagen ideal se opongan al tránsito transicional.
El jugar con otros
implica una ruptura con las llamadas prácticas disociadas. Estas últimas pueden
aparentar la forma de un jugar, sin embargo guardan una distancia de los
fenómenos transicionales. Las prácticas disociadas son formas que el sujeto
aislado encuentra para tenerse a sí mismo, al precio de renunciar al contacto
pues ya no puede conectarse con el otro y tampoco consigo mismo. Estas
prácticas no suponen una transición, sino mas bien una estática disfrazada de
movimiento. Estas prácticas tampoco tienen que ver con el jugar a solas. Más
que jugar el sujeto ha quedado en la posición de un objeto extraviado que
deriva por el universo dando la apariencia de que es él, el que se traslada.
Podríamos pensar que es una navegación que lo deja siempre en el mismo lugar,
en un estado de desolación y aislamiento.
Retomando la afirmación de Winnicott[viii]
sobre la cultura como heredera del jugar, nos preguntamos ¿es que Winnicott
está pensando en una cultura que podríamos llamar "suficientemente
buena" y que probablemente esté más cerca de un ideal de cultura que de
aquella en la que estamos inmersos?
Consideramos que nuestra cultura
está tomada casi por completo por los modos productivos del capitalismo, donde
importa el producto y no cómo se lo produjo, es decir que se valoran las metas
y no los recorridos, lo que produce un
acento del futuro en detrimento del presente y de la posibilidad de hacer una
experiencia, un "gasto improductivo" en palabras de Bataille[ix],
de habitar el presente. ¿Cuántas veces quedamos fascinados ante la obra de arte
y queda oculto el largo camino de su producción? ¿Cuántos quisiéramos pintar
como Van Gogh, pero cuántos quisiéramos vivir una vida así? Claro que no es tan
simple como decir que el buen arte lleva una vida de sufrimientos. Disociamos
el final del recorrido, resaltando la idea y ocultando los tránsitos del cuerpo
involucrados en su producción. ”Amar la trama más que el desenlace” como dice
Jorge Drexler, es algo afín al jugar, pero no a una cultura que enaltece la
producción y el consumo.
Entendemos entonces que más que
ocuparnos de la cultura como heredera del jugar, nos interesa en qué medida la
cultura impide, dificulta el jugar y su expansión. Y siendo que el psicoanálisis
ya es parte de la cultura, nos preguntamos ¿qué concesiones hace y ha hecho el
psicoanálisis para poder tener un lugar en esta cultura? Recordamos aquí la
idea del filósofo F. Jullien[x],
quien considera al psicoanálisis desde la filosofía oriental, concluyendo que
los analistas tienen una práctica mucho más rica de cómo la dicen, de cómo la
transmiten. Nos plantea que las ideas con las que conceptualizamos nuestra
práctica tienden a ocultar lo más importante de ella. Vale recordar también la
discusión entre Freud y Ferenczi[xi]
en su correspondencia, sobre si debía ser incluida la contratransferencia (el
ser afectado en cierta medida en la práctica clínica y la posibilidad de pensar
esta afección como parte de dicha práctica) como una de las herramientas
clínicas del psicoanálisis. Freud le reconocía a Ferenczi la importancia de
dicha cuestión, pero planteaba al mismo tiempo que de incluirse explícitamente,
nunca podría fundarse el psicoanálisis como una disciplina científica.
Concesiones al ideal científico y cultural de un tiempo, que heredamos y muchas
veces sostenemos.
¿Cuáles serán los
obstáculos de la cultura para reconocer las zonas intermedias? Aquellas en
donde los actores hacen uso del tiempo y del espacio, de un modo que para los
que estamos afuera nos parece o que están perdiendo el tiempo o que están
haciendo cosas fuera de lugar. Nos referimos, por ejemplo, a muchas personas
que habitan los espacios públicos o los adolescentes que se reúnen y encuentran
en las puertas de sus escuelas, en un espacio que no es ni del todo exterior,
ni del todo interior. Y es a la vista de los otros, quizás con la esperanza que
se reconozca ese gesto de afirmación ¿Será que esa deuda que los psicoanalistas
tenemos con el jugar es otra forma de rechazo del inconsciente? La cultura del
consumo rechaza los espacios intermedios. Los espacios de uso, lo transicional,
el jugar, son modos de producción de subjetividad. El jugar, los espacios
intermedios, nos permiten entrar en contacto, conocernos y recrear nuestra
existencia, fuera de toda forma de coerción. Existe en nuestra cultura una
tendencia al consumo mucho más que al uso. Una tendencia a desconocer y
rechazar todo ambiente que podamos pensar como intermedio. Se los considera
"poco serios", " informales" o "no productivos".
Esto es porque se rechaza el tipo de subjetividad que allí se produce.
Retomando lo antedicho sobre nuestra
cultura, pensamos que tiene dificultades para reconocer:
-
Cuán difícil es para un adulto tolerar las demandas de un bebé (razón por la
cual en otras culturas la crianza es una tarea grupal-comunitaria)
-
El valor de la destructividad primaria de los bebés y de las reacciones de odio
que provoca en los adultos. Esto tiende a que ambas cosas sean interpretadas
como algo del orden de la maldad.
-Una
versión distinta a aquella naíf de niño y de juego, que nos propone esta
cultura que supone padres que sólo deberían sentir cosas bellas por sus niños,
así como analistas que no deberían ser afectados por sus pacientes.
- Que no
todo tenga que tener una finalidad lo que reduciría el mundo a la esfera de lo
utilitario. Agamben[xii] plantea que liberar
una actividad de su relación obligada a un fin, y disponerla para un nuevo uso,
es la vocación puramente profana que habría que restituir al juego. Señala que
el juego como órgano de la profanación está en decadencia en todas partes,
siendo su restitución una tarea política.
En “El odio en la contratransferencia”
Winnicott propone, no una, si no dieciocho razones por las que una madre podría
odiar a su bebé, que no serían del todo diferentes de las que podría
experimentar un analista en relación a un paciente, niño o adulto.
Pensamos que la deuda del
psicoanálisis con el jugar en alguna medida
reproduce la deuda que la cultura tiene con el jugar. Lo que actualiza
el psicoanálisis con niños es el valor del jugar para el psicoanálisis en
general, tanto en su dimensión clínica como de pensamiento sobre nuestra época.
Dejar el jugar como una herramienta solo para psicoanálisis con niños es un
modo defensivo de darle un lugar al mismo tiempo que se oculta su importancia y
alcances.
Fernando Ulloa[xiii]
nos transmitió la idea de una abstinencia no indolente, es decir, una
abstinencia que se deja afectar por el campo de trabajo en el que opera. No hay
abstinencia sin afección. Y si tenemos en cuenta que jugar es un hacer ¿en qué
medida la clausura del polo motor como precepto técnico impide la inclusión de
la destructividad primaria en nuestro trabajo? ¿Clausura que llevada a su
pretensión hegemónica se convierte en un modo de rechazo? La práctica del
recorte clínico aislado del proceso, de la viñeta que relata una intervención
que parece hacer todo el trabajo por sí sola, ¿no es ese mismo ocultamiento del
proceso, del movimiento en favor del producto, de lo estático, de la idea acabada,
de la foto?[xiv]
Para que la destructividad funcione
generando mundo, tiene que ser recibida de ciertas maneras, que incluyen la
oposición sin reacción de castigo y, para lograr esto, debe poder ser pensada
en su potencia, en su valor en una perspectiva por fuera de la moral de lo
bueno y lo malo. Winnicott propone que la destructividad primaria pone en juego
un deseo de diferenciación, que se materializa en la medida en que se da un
encuentro - que incluye dicha diferenciación - al articularse con una oposición
que no es ni oposicionismo, ni un plegarse pasivamente a dicha destructividad,
ni un hacerse cómplice y que además es necesario que el adulto sobreviva. La
exterioridad misma es una experiencia que proviene de la supervivencia del otro
después de haberlo destruido, entonces, ¿cómo sobrevivir a la destructividad si
tanto le tememos?
Buscamos el reconocimiento de estas
cuestiones como modo de hacerles lugar, para que sea posible el reconocimiento
de nuestros propios límites (que serán los primeros “topes” con que algunos
pacientes se encuentren) para poder inventar modos de trabajo y formación y
reinventar los que ya tenemos. El dar lugar a los propios límites supone el dar
lugar a nuestra potencia clínica, implica comenzar a pensar modos de tener en
cuenta nuestro cuerpo.
A partir de la importancia que
Winnicott le asigna al jugar, como paradigma de la transicionalidad, hemos ido
recreando diferentes experiencias en relación a distintos dispositivos de
atención, formación y supervisión que venimos desarrollando desde hace varios
años en hospitales y centros de salud públicos y que hemos agrupado bajo la
idea de dispositivos transicionales, donde se trata de generar las condiciones
ambientales de espacio y de tiempo donde los participantes puedan hacer un
“uso”[xv]
y desarrollar una experiencia que implica un cuidado.
Designamos como dispositivos transicionales, aquellos que
posibilitan el pensar jugando, e intentan promover un
pasaje desde el pensar disociado o el actuar disociado a un terreno que paradigmáticamente
está nombrado como jugar, y que supone un
hacer, tal como lo plantea Winnicott, como un modo de integración que pone de
manifiesto tanto la creatividad como la destructividad.
Hemos ensayado distintos
dispositivos transicionales: talleres de juegos con niños, adolescentes y
padres; otro que hemos llamado “dispositivo transicional de elaboración
clínica”, en el que trabajamos tanto con problemas clínicos como
clínico-institucionales y por último hemos llevado a cabo seminarios de
posgrado donde además de la tradicional transmisión teórica hemos incluido
experiencias que tomen la teoría, la clínica y el cuerpo de los participantes
para intentar realizar una experiencia, un pensar jugando, que vaya modificando
el desarrollo previsto del seminario en cuanto a temáticas y textos.
A partir del desarrollo de estos dispositivos
fuimos advirtiendo que algunas de las dificultades que plantea el jugar para
los adultos se conectan con que los fenómenos transicionales implican para
estos una forma de regresión. Esta regresión promueve ansiedades persecutorias
que a veces constituyen un obstáculo insalvable para el despliegue del jugar.
En este sentido es importante considerar que promover condiciones que
posibiliten el jugar no es solo proponerlo, sino el generar los modos graduales
y progresivos que permitan el tolerar la regresión y transitar un espacio
potencial modulando la angustia que pueda suscitarse. A jugar nos convoca la
intuición de que lo que el otro trae tiene que ver con nosotros, implicándonos
y dejando que el jugar nos transforme. Esto permitirá que los otros también
participen de la transformación, no hay jugar sin implicación.
Otra cuestión que
advertimos es que el jugar como experiencia paradojal paradigmática, intenta comunicar
los aspectos más genuinos del sí mismo, al
mismo tiempo que resguarda ciertos facetas nucleares y verdaderos del sí mismo,
ocultando, velando aquellos que merezcan ser mantenidos a resguardo transitoria
o definitivamente. Es decir que jugar tiene como misión tanto el comunicar como
el recubrir.
En el dispositivo de elaboración
clínica trabajamos grupalmente en una supervisión horizontal, donde a partir
del relato que trae algún participante o grupo de trabajo de una situación por
la cual se sintió afectado, y las resonancias de los participantes que van
construyendo dicho relato, pensamos modos de jugar dicha situación para dar
lugar a la afección corporal que detiene el movimiento clínico.
Este jugar que incluye el relato y la
posible improvisación dramática, así como los momentos de conversaciones
posteriores implica una trama narrativa, que devela en sus detenimiento las
zonas de no juego, de fluir detenido, y es el encontrarse con ese no jugar y su
reconocimiento lo que resulta elaborativo y propicia las condiciones para un
nuevo juego. Es decir, genera
condiciones para que lo transferido al analista y al juego se reconozca. Se va produciendo un pasaje del padecer, de un no jugar, a un jugar entre
nosotros y es allí donde surgen elementos que ponen en movimiento lo que era
solo repetición y parálisis. Cuando improvisamos
dramáticamente a partir del material de un caso que un compañero aporta, muchas
veces se recrea el ambiente transferencial de ese tratamiento de un modo más
tangible que cuando solo trabajamos con el relato. Al habitar esos personajes,
sentimos en nuestro cuerpo las dificultades que la atención de ese paciente
presenta. Podemos distinguir más fácilmente, qué es resistencia y qué
imposibilidad, lo que permite ubicar mejor por donde hay alguna de las
"puntas del ovillo" que permitirían plantear un trabajo posible.
A
modo de ejemplo relatamos sucintamente una de estas experiencias:
Una colega trae la dificultad de no saber qué hacer
con una paciente, una mujer joven que había enviudado hacía un año. La
terapeuta se plantea cuáles serían las condiciones para la iniciación de un
proceso de duelo, ya que este se ve completamente obstaculizado. Al pensar
conjuntamente en los motivos de esto, se nos hace evidente que el marido, a
pesar de su fallecimiento, está excesivamente "vivo", presente, al
punto que no puede ser recordado porque nunca se ha ido.
La
viuda constituye en el análisis un “monumento” que deja intocada e intocable la
figura de quien aunque ya no está, no deja de estar ni un instante. Ella está
destruida por una parte, pero por la otra continúa con su vida como si nada
hubiera pasado y como si él la siguiera acompañando como antes. Se había generado cierto “tironeo” en el intento por parte de la analista
de comenzar a cuestionar dicho “monumento”, como modo de iniciar un trabajo de
duelo frente a la escasa posibilidad de la paciente para confrontarse con una
pérdida. Tironeo que operaba como obstáculo transferencial, convirtiéndose en
un padecimiento que soportaba la analista.
Jugar es crear una realidad que no
existe de ese modo. Resalta aquello que por estar presente de un modo
sutil y a la vez extendido e infiltrado en toda la situación, no se ve. Es por eso que proponemos traer al muerto al
dispositivo y, para concretarlo, proponemos que la analista realice una
entrevista de pareja con la paciente y su marido, prestándose a improvisar
estos dos últimos roles otros participantes del grupo.
Fue sorprendente para los que participamos no solo
constatar la presencia del cónyuge muerto sino que éste, ni siquiera sabía para
qué se lo había convocado a la entrevista y mucho menos que ya no se encontrara
entre los vivos (el compañero que interpretó al marido, luego comentaba
sorprendido cómo no había pensado en interpretarlo de ese modo, sino que le
salió así naturalmente desde lo que sentía desde el personaje, que era un
fuerte rechazo a cualquier cosa que negara su estar vivo). La transferencia se
presenta con toda su fuerza cuando jugamos.
Todas estas reflexiones son producto de
nuestras observaciones sobre los fenómenos transicionales. Si bien observamos
que estos se generan “espontáneamente” cuando hay condiciones ambientales que
los posibilitan, también advertimos que cuando tuvimos la intención de generar esas
condiciones, en ocasiones, para nuestra sorpresa, generamos resistencias que se
oponían al jugar.
El que se pueda hacer “uso” de un
tiempo, de un espacio y del vínculo con otros, no depende exclusivamente de la
intención consciente de posibilitarlo, sino de una conexión más sutil y
compleja. Los espacios potenciales, las zonas transicionales,
se constituyen como tales cuando los que participan en ellas pueden hacer un
"uso" creativo y satisfactorio del ambiente.
Cuando se intenta diseñar y/o pensar un dispositivo transicional es deseable el considerar cuales son las condiciones mínimas y necesarias para posibilitar ese "uso", como así también atender a que los asistentes no deben ser "sometidos" a entrar en dicha situación. La conexión, la gradualidad y lo progresivo resultan condiciones indispensables para que los integrantes experimenten una participación subjetiva. Llegar a jugar, crear o pensar suele ser una experiencia sorprendente, sobre todo para los que la atraviesan.
Cuando se intenta diseñar y/o pensar un dispositivo transicional es deseable el considerar cuales son las condiciones mínimas y necesarias para posibilitar ese "uso", como así también atender a que los asistentes no deben ser "sometidos" a entrar en dicha situación. La conexión, la gradualidad y lo progresivo resultan condiciones indispensables para que los integrantes experimenten una participación subjetiva. Llegar a jugar, crear o pensar suele ser una experiencia sorprendente, sobre todo para los que la atraviesan.
Por
todas las razones señaladas consideramos que la noción de cultura que Winnicott
utiliza en Realidad y Juego, es un recorte que
toma en cuenta los aspectos sublimatorios ligados a la producción
artística e intelectual, que no coinciden necesariamente con sus desarrollos
sobre la creatividad primaria y el vivir creador. Pensamos que se trata de una
idealización de la cultura que deja afuera sus aspectos disociados y
escindidos, mencionados en este trabajo, que obstaculizan las condiciones
posibilitadoras del jugar.
[i] Un buen
marco para esta pregunta se encuentra en Rodulfo, R.: “El psicoanálisis de
Nuevo”, cap. XXII
“Psicoanálisis de
niños: un regreso al futuro” Editorial Eudeba, Bs. As., 2004.
[ii]
Phillips, A.: “Winnicott”. Capítulo 4. Lugar Editorial. Bs. As., 1997.
[iii] Winnicott, D.: “La agresión en
relación con el desarrollo emocional (1950-1955)” en Escritos de Pediatría y
Psicoanálisis. Editorial Paidós. Bs. As.,
1999.
[iv] Winnicott, D.: “El psicoanálisis y el
sentimiento de culpabilidad” en “El Proceso de maduración en
el niño”. Editorial Paidós. Bs. As., 1993.
[v] Phillips A.: Op. Cit.
[vi] Valeros, J.: “El jugar del analista”.
Editorial Fondo de Cultura Económica. Bs. As., 1997.
[vii] Fukelman, J.: “Desorientaciones”,
ficha de circulación interna.
[viii] Winnicott, D.: “Realidad y Juego” Editorial Gedisa. España, 1971.
[ix] Bataille, G.: “La
felicidad, el erotismo y la literatura. Ensayos 1944-1961”, ensayo “¿Estamos
aquí para
jugar o para ser serios?”. Adriana Hidalgo
Editora. Bs. As., 2008.
[x] Jullien, F.: “Cinco
conceptos propuestos al psicoanálisis”. Editorial El cuenco del Plata. Bs. As.,
2013.
[xi] Freud. S., Ferenczi S.: “Correspondencia
completa”. Editorial Síntesis. España, 1999.
[xii] Agamben G.: “Profanaciones”. Adriana
Hidalgo Editora. Bs. As., 2009.
[xiii] Ulloa, F.: “Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica”.
Editorial Paidós. Bs. As., 1995.
[xiv] Ver los desarrollos de los primeros cuatro
capítulos de Rodulfo, R. “Futuro Porvenir”, Editorial Noveduc,
Bs. As., 2008 y los capítulos VIII y IX de
Rodulfo, R. “Trabajos de lectura, lecturas de la violencia”,
Editorial Paidós, Bs. As., 2009.
[xv] Winnicott D.,
“Exploraciones Psicoanalíticas I”, capitulo “El uso de un objeto”, Editorial Paidós, Bs. As.
1991.
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