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Nacer (1) . Por Carlos Drummond de Andrade.

Nacido en Itabira, Estado de Minas Gerais, Brasil; Drummond perteneció -junto con Manuel Bandeira, Mario de Andrade, Murilo Mendes y otros- al movimiento modernista brasileño, iniciado en 1922 que transformó la literatura de ese país.

El hijo ya tenía nombre, ajuar, juguete y destino trazado. Sería João, como el padre, y como lo aconsejaba la devoción y la pobreza. Destino y juguete de pobres, comprados con la anticipación que caracteriza no a los que son previsores sino a los soñadores. Y destino, para no decir profesión, o -mejor aún- oficio, que era el de albañil, ferviente ambición de su padre que aún no pasaba los 30 y trabajaba todavía de auxiliar de obra.
Todo esto ya lo tenía el niño, aunque todavía no hubiera nacido. Es que ellos nacen antes, en el momento en que se anuncian, cuando hay realmente deseo de que vengan al mundo. El parto sólo da forma a una realidad que ya venía funcionando. Para el João más grande, el João más chiquito era una realidad tan patente como la de sus compañeros de trabajo, y mucho más todavía, porque cuando se separaban al final de la jornada, los compañeros de trabajo dejaban, por así decir, de existir, cada uno se perdía en su insignificancia, mientras que el pequeñín iba disimulado en aquel tren de Realengo, en largas charlas entre João y João, y el João pequeño adquiría aún mayor consistencia cuando llegaban a casa, cuando la madre que lo traía en el vientre sin embargo lo esperaba y recibía de los brazos del padre que, de madrugada, se lo llevaba a la obra. 
Estas imaginaciones, así dichas, parecen sutiles; pero no había ninguna sutileza en João y su mujer. No era que el matrimonio viera claramente al niño andar de uno a otro como un ser vivo; simplemente pensaban en él, mucho, confiados, y de tanto ser pensado João existía, sonreía, jugaba en la simplicidad de ambos. Como alguien que en la certeza de llegar a hacer un gran negocio, va pidiendo dinero a cuenta y gastando tranquilamente, João y su mujer anticipaban alegrías futuras. João se sentía fuerte, responsable. Escogería el sexo y la profesión de su hijo, su mujer escogería el color, un moreno claro, cabello lacio, ojos sinceros. No había nada de extraordinario en el niño, era apenas la suma de dos pasada en limpio, con antojo.
Esperar tantos meses fue sencillo. El niñito ganaba mucho espacio en la vida de ellos, y nacer no era más que una formalidad. Llegó marzo con un tiempo feo por la noche que amenazaba anegar todo de barro. La mujer de João despertó asustada, sintiendo dolores. Por la madrugada corrieron hasta la estación; la lluvia paró pero el tem de Campo Grande no llegaba y João no podía dejar de moverse. Los dolores continuaban, João pudo conseguir después de un tiempo parar a un camión. En la maternidad no había ni médico ni enfermera, el mal tiempo los había retenido lejos. João perdería el día de trabajo pero resolvió esperar. Finalmente llevaron a la mujer a una sala donde cinco mujeres más gemían y hacían fuerza. João no alcanzó a ver más nada, permaneció aterrorizado en el corredor. Atardecía ya cuando una puerta se abrió y la enfermera le dijo que el parto había sido complicado pero que ahora todo estaba bien, y el bebé en la incubadora. "¿Lo puedo ver?" "Más tarde usted podrá verlo, mañana." La mañana siguiente era día de pago, no podía faltar a la obra. Volvería el domingo. 
Pero al día siguiente, a la hora del almuerzo, telefoneó; una complicación, no se sabía mucho, no se oía nada, alguien de la recepción fue a averiguar, respondió que todo estaba bien, que se quedara tranquilo. 
El domingo por la mañana João se preparaba para salir cuando una ambulancia aulló en su puerta, buscando apoyo la mujer de João descendió "¿El bebé?" "Dicen que murió en la incubadora, João" "¿Y era tan morenito y gracioso como nosotros lo imaginábamos?" Ella bajó la cabeza. "No sé João, no pude verlo. Yo estaba muy mal, ellos no me lo mostraron."
Y el niñito, que había sido durante tanto tiempo, dejó de repente de ser.

(1) 70 historinhas, de Editora Record, Rio de janeiro, 1998

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