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Jugar, psicoanálisis e instituciones. Autores: Antonella Argento, Eduardo Smalinsky, Pablo Tajman

Este trabajo relata la experiencia sobre un dispositivo (llamado dispositivo transicional de elaboración clínica) que venimos desarrollando desde hace varios años en diversos contextos y ámbitos institucionales.
Una primera aproximación a la idea de un dispositivo transicional es el pensarlo construido situacionalmente. Toma en cuenta el contexto, lo que le ocurre a los que participan, tratando de tener en cuenta la mayor cantidad de fuerzas en juego posibles. Es por esto que la  institución en que se desarrolla cada vez le imprime un sesgo distinto.
Partimos de la idea de jugar de Winnicott en su relación con la práctica psicoanalítica en diversas instituciones.

Nos preguntamos: ¿cuáles son los obstáculos que como adultos y analistas tenemos, que excluyen al jugar de nuestra experiencia clínica? Este dispositivo busca brindar un soporte para explorar esta pregunta.

Este trabajo intenta relatar la experiencia sobre un Dispositivo Transicional de Elaboración Clínica que venimos desarrollando con colegas desde hace varios años y que hemos realizado en diversos contextos y ámbitos institucionales.
                  Nos surgen desde los comienzos los interrogantes que se plantea D. Vega  en “Qué estamos haciendo y cómo?”, en cuanto a experimentar incomodidad por una posición profesional disciplinaria que por momentos es más lo que limita que lo que posibilita.  
                  Una primera aproximación a la idea de un dispositivo transicional es el pensarlo construido situacionalmente. Esto quiere decir que toma en cuenta el contexto, lo que le ocurre a los que participan, tratando de tener en cuenta la mayor cantidad de fuerzas en juego posibles. Es por esto que la  institución en que se desarrolla cada vez le imprime un sesgo distinto. Una segunda característica  es que se intenta que lo que guíe su práctica esté dentro de lo que Winnicott entiende como "jugar": un pensar/hacer que busca el restablecimiento de la continuidad somato psíquica -por lo que no se inhibe el movimiento, de ahí la importancia de la posibilidad de dramatizar los conflictos que podemos ir pensando y construyendo- que es lo contrario de la disociación con respecto a los afectos, a lo corporal, a lo grupal que no masifica. De ahí como decíamos, que su práctica esté muy tomada por lo que les ocurre a los participantes en ese lugar de esa institución donde esa vez se lleva a cabo, tomando en cuenta la historia de la misma.   
                    Contaremos algunos aspectos importantes que están en la base de su desarrollo:                        

A) Partimos de una investigación desarrollada hace más de diez años sobre lo transicional en el hospital público donde observamos que los pacientes hacen un uso de la institución, en el sentido en que lo plantea Winnicott: la posibilidad de "apropiarse" de aquello que se hace, de hacer una experiencia subjetivante de ello y no un acatamiento a ideales no metabolizados que nos dirijan sin nuestra participación. Ese uso se distancia de cómo la institución es pensada por los profesionales y por las normas establecidas.
                     Los pacientes vienen antes de sus sesiones, se van después, hablan con otros terapeutas que con los propios, van al bar, al jardín, vienen días que no son citados, etc. Esto puede verificarse en casi cualquier hospital público que incluya Salud Mental.
                    Allí nos preguntamos si los pacientes están transgrediendo las normas o consideramos que esto que sucede espontáneamente, y en la medida en que no se lo imposibilita, posee algún valor, algún sentido y debiera ser tenido en cuenta como otra forma de tratamiento que ciertos pacientes se dan a sí mismos. Creemos que esta forma tiene un carácter transicional ya que ésta dimensión es caracterizada por Winnicott como aquel espacio y/o tiempo que posibilita el uso por parte del sujeto, es decir que le permite el pasaje de una posición de pasividad a una de actividad donde él mismo “crea” lo que encuentra.

B) A partir de esta observación pudimos realizar otra, esta vez del lado de los profesionales.
    En un taller de problemas transferenciales, donde autogestivamente los terapeutas llevábamos problemas clínicos, comenzamos a advertir que había muchas de éstas situaciones que hacían padecer a los analistas, estos padecimientos a veces eran puramente emocionales y otras incidían directamente en el cuerpo. También advertimos que estos problemas eran llevados a los propios análisis y/o a las supervisiones clásicas pero no se terminaban de resolver.
    Cuando un analista traía este material al grupo no lo contaba como un problema psicopatológico con sus consecuentes dudas técnicas, sino que se advertía lo involucrado, lo afectado que estaba y veíamos cómo en su relato había una especie de dramatización espontánea. No sólo relataba verbalmente lo ocurrido, sino que lo actuaba mostrando claramente lo que le producía la situación, imitando algo del semblante del paciente, de las formas que adoptaba su cuerpo.
                Algo similar sucede cuando los analistas no suelen hablar de esta manera en los lugares oficiales, supervisiones y/o ateneos y sí lo hacen con esta afectación y con este compromiso en los pasillos o en el bar cuando se encuentran con un colega con el que se sienten en confianza. Es decir, en los intersticios institucionales, donde notamos que aparece y se manifiesta con libertad cierto malestar sin formas preestablecidas, sin formalismos ni formalidades. Muchas veces no se suele contar con espacios donde trabajar el modo en que uno o un grupo de trabajo es afectado por las distintas facetas de la práctica clínica en una institución.
    A partir de esto hipotetizamos que los terapeutas comenzamos a padecer cuando sostenemos transferencias imaginarias, salvajes, no operativas al decir de Freud, no simbólicas. Estas transferencias propias de los fenómenos llamados de borde o fronterizos que aparecen tanto en las neurosis como en la psicosis y están conectadas con detenimientos en los fenómenos transicionales constitutivos (interrupciones de la mencionada continuidad somato psíquica que implica funcionamientos disociados y por lo tanto, altamente defensivos).
                Asimismo advertimos que la práctica clínica está atravesada por múltiples transferencias, institucionales, de trabajo, de los pares, y del psicoanálisis como institución. Soportar todas estas transferencias, se convierte en un problema permanente para los trabajadores de la salud mental, en la misma medida que para los pacientes.  
Pensamos entonces, el valor que podría tener para los terapeutas el uso de los bordes intersticiales, como modo espontáneo que intenta elaborar los avatares de la práctica clínica. En cómo la no posibilidad de habitar los espacios institucionales haciendo un uso singular produciría fenómenos de des-subjetivación en los terapeutas, bajo modos defensivos de elaboración del malestar. La solemnidad, la infatuación, la impostura, la normatividad, son modos egosintónicos de padecimiento, modos de respuesta defensivos ante eso que nos molesta.
En ese sentido y a partir del uso que podemos hacer de los tiempos y espacios mencionados, podríamos pensarlos como transicionales es decir que nos permitan realizar una transición del padecimiento a la creación. Y es esta transicionalidad el modo en cómo pensamos se introduce el jugar en la institución.
El campo de experiencia del jugar, crea una realidad que no existe en otro lugar, una zona potencial que consideramos podría aparecer bajo diversas modalidades, también como una cualidad del estar que renueva la posibilidad de hacer uso y que mantiene un proceso en movimiento habilitando así la creación de nuevos usos posibles.
 A partir de esto nos planteamos el pensar-crear espacios-ambientes que posibiliten el uso y los hemos designado como dispositivos transicionales.
  C) Winnicott concibe el análisis como una superposición de zonas de juego, la del paciente y la del terapeuta y plantea que cuando una persona no puede jugar, el terapeuta tiene que ocuparse de generar las condiciones para que esto suceda. Por otra parte, otro analista argentino J. Valeros  plantea que cuando el paciente no puede jugar, proyecta sobre el analista una transferencia desanudada que es la que genera este padecimiento en el terapeuta. Dice que será tarea y responsabilidad del analista, elaborar las tensiones y las emociones que obstaculizan el jugar. Es decir que se advierte que es una zona de detenimiento de los fenómenos transicionales.

D) Concebimos dispositivos transicionales, dispositivos que centran la elaboración en el uso y en el jugar. Entre ellos éste de elaboración clínica implica un espacio de exploración, de investigación que posibilite el pensar jugando. Y en esto señalamos que el jugar es un hacer, no es solo pensar, tampoco es un actuar solo en el sentido de acción, el jugar implica una integración psico somática, en tanto el pensar aislado, como el actuar aislado son producciones disociadas. D. Vega  dice que el dejarse atravesar por las complejidades y ambiguedades es lo que promueve un proceso de producción de subjetividad. Esta afirmación no debe engañarnos por la sencillez de su formulación, requiere de un tremendo esfuerzo para ser producida, para lograr aceptar dentro nuestro semejante complejidad sin rechazarla y moldearla con formas pre-hechas, pasando precipitadamente a la acción.
                     Consideramos que el jugar modifica no solo la situación clínica, sino cómo el analista concibe la clínica, el planteo del problema y su rol.

                    Propiciamos en este dispositivo la construcción de un relato que ponga de manifiesto cuáles son las condiciones en que se produce el detenimiento del jugar, de nuestra práctica, ese detenimiento que muchas veces se manifiesta en que el objetivo de nuestro trabajo se ve imposibilitado o empieza a llevarse a cabo de un modo automático y estandarizado, es decir, pierde toda creatividad y satisfacción, lo que se suele manifestar con mucho malestar, aburrimiento. Esa paralización se transforma en un padecer, es decir en un no jugar.
                    En este punto es que a veces proponemos entre los participantes un juego dramático, para tener la oportunidad de experimentar cómo se produce ese detenimiento y cómo podría ser explorado y vivenciado, buscando que cada participante pueda registrar qué le va ocurriendo que va pensando como lo que se va sintiendo.
                    Este jugar que incluye el relato y la posible dramatización, así como los momentos de conversaciones posteriores implica una trama narrativa que devela en sus detenimiento las zonas de no juego, de fluir detenido, y es el encontrarse con ese no jugar y su reconocimiento lo que resulta elaborativo y propicia las condiciones para un nuevo juego.  Es decir, genera condiciones para que lo transferido al analista y al juego se reconozca. Se va produciendo un pasaje del padecer, de un no jugar, a un jugar entre nosotros y es allí donde surgen elementos que ponen en movimiento lo que era solo repetición y parálisis.


                    Se nos hacen presentes diferentes momentos y sorpresas que hemos experienciado en el desarrollo de este dispositivo en distintos ámbitos institucionales y diversos grupos de trabajo.
                    Una colega trae la dificultad de no saber qué hacer con una paciente, una mujer joven que recientemente había enviudado. La terapeuta se plantea cuáles serían las condiciones para la iniciación de un proceso de duelo, ya que este se ve completamente obstaculizado. Al pensar conjuntamente en los motivos de esto, se nos hace evidente que el marido, a pesar de su reciente fallecimiento, está excesivamente "vivo", presente, al punto que no puede ser recordado porque nunca se ha ido.
                    La viuda constituye en el análisis un “monumento” que deja intocada e intocable la figura de quien aunque ya no está, no deja de estar ni un instante. Ella está destruida por una parte, pero por la otra continúa con su vida como si nada hubiera pasado y como si él la siguiera acompañando como antes. Se había generado cierto “tironeo” en el intento por parte de la analista de comenzar a cuestionar dicho “monumento”, como modo de iniciar un trabajo de duelo frente a la escasa posibilidad de la paciente para confrontarse con una pérdida. Tironeo que operaba como obstáculo transferencial, convirtiéndose en un padecimiento que soportaba la analista.
                    Este es el cuadro de situación que se va armando en el dispositivo y en el que se evidencia claramente cómo la presencia de una ausencia obstaculiza el desarrollo de un jugar. Es justamente uno de los objetivos del jugar el poner de manifiesto aquello que no se ve, pero que está presente de tal modo, que impide toda modificación de la situación hasta que ese elemento no logre ser reconocido, visualizado.
                    Jugar es crear una realidad que no existe de ese modo. Resalta aquello que por estar presente de un modo sutil y a la vez extendido e infiltrado en toda la situación, no se ve.
                    Es por eso que proponemos traer al muerto al dispositivo, y para concretarlo, proponemos que la analista realice una entrevista de pareja con la paciente y su marido, prestándose a escenificar estos dos últimos roles otros participantes del grupo. Es propio del terreno del jugar, que estas paradojas puedan ocurrir, un hacer ficcional que admite cierta indiferenciación según el material transferido lo requiera. El despliegue será así potencial y a crear en el juego cada vez.
                    Fue sorprendente para los que participamos no solo constatar la presencia del cónyuge muerto sino que éste, ni siquiera sabía para qué se lo había convocado a la entrevista y mucho menos que ya no se encontrara entre los vivos (el compañero que interpretó al marido, luego comentaba sorprendido cómo no había pensado en interpretarlo de ese modo, sino que le salió así naturalmente desde lo que sentía desde el personaje, que era un fuerte rechazo a cualquier cosa que negara su estar vivo). La transferencia se presenta con toda su fuerza cuando jugamos.

                    En otro caso, en un ámbito institucional, se plantea la dificultad que trae una adolescente que se escapa de la casa, roba, se pone en peligro, acompañada por una madre que la toma como objeto para hacer escándalos.
                    La joven a la que llamaremos Libertad insiste en que quiere tener el celular de su terapeuta dadas las inminentes vacaciones de la última, pero la profesional intenta explicarle que las reglas del hospital indican que si ella se quiere comunicar de manera urgente, lo haga a través de la guardia. Libertad no deja de insistir, al punto que al no obtenerlo, desaparece durante las vacaciones de la terapeuta, situación que la madre utiliza para ampliar sus reclamos masivos, sin que se la note tan preocupada por la hija como por el aprovechar la situación que se le presenta.
                    Todo el equipo en ese momento manifestó preocupación por lo que pudiese  sucederle a la joven y por el respeto a las normas institucionales.

                    Es interesante la insistencia de Libertad en "conectarse" con su terapeuta y cómo las normas institucionales que buscan "preservar" tanto a los pacientes cómo a los profesionales pueden funcionar como un obstáculo a esa conexión.
                    Cuando jugamos la compleja situación nos parece adecuado el incluir a la madre de Libertad que es interpretada por una compañera como una voz "enloquecedora" que le habla al oído a la terapeuta advirtiéndole y amenazándola durante las entrevistas con la paciente, donde se visualiza claramente cómo resulta imposible escuchar a Libertad, conectarse con lo que le ocurre en este maremoto de amenazas y promesas de castigo. La terapeuta la soporta con enorme fastidio hasta que en un momento no la aguanta más y detiene la escena diciendo que no le es posible trabajar así.
                    Otro elemento sorprendente que surge del jugar es cómo se manifiesta la enorme preocupación de varios profesionales del equipo ante la desaparición de Libertad y el temor de que hubiera sido secuestrada como afirmaba su mamá, que hace a los profesionales y a los medios. Esta versión cobra consistencia en el hospital aunque no puede integrarse con el hecho de que Libertad retoma su tratamiento en el dia y hora acordado con su terapeuta. Nos asombra que los secuestradores resulten tan respetuosos del encuadre analítico.
Un dispositivo así requiere de un especial cuidado para poder generar un clima de confianza, donde los participantes se sientan Donde quede claro que todos nos encontramos con dificultades similares en nuestro quehacer cotidiano, y que trabajarlas en conjunto en lugar de vivirlas con vergüenza nos permite crecer como profesionales, como grupo de trabajo, como institución.
                  Lo que queremos decir en relacion al jugar, es que ha sido descuidado, como lo afirma Winnicott, y retoma localmente R. Rodulfo. El jugar fue percibido por el psicoanálisis pero no le brindó la suficiente atención, ha sido técnicamente manipulado pero, teóricamente desconsiderado.
                    Es absolutamente novedoso, conceptualizar al jugar como un movimiento originario, que no deriva de la pulsión. Jugar es el acontecimiento que funda la actividad subjetiva, no necesita del soporte de la significación, no es una práctica reactiva producto de la frustración, ni está originariamente conectado con la angustia. El jugar está conectado con una alegría violenta, no tiende a la restitución de un estado anterior. Produce diferencias a través de la repetición. Más que una experiencia de placer, el jugar conlleva el placer de tener una experiencia aún cuando sea mala.
                    Nos preguntamos para finalizar ¿cuáles son los obstáculos que como adultos y analistas tenemos que excluyen al jugar de nuestra experiencia clínica? Este dispositivo busca brindar un soporte para explorar esta pregunta.

Referencias Bibliográficas

1) Daniel Vega, Capturas, transformaciones e incertidumbres
  
3) Donald Winnicott “Exploraciones Psicoanalíticas 1. “Sobre el Uso de un objeto”

4) José Valeros “El jugar del analista” Introducción.

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